Nos sentamos a la mesa del silencio
al aire de los chopos y los arces
del parque interminable de hojas muertas.
Implacable y amoroso
callaba el caudal inmóvil de blancos cantos.
La piedra ingrávida,
parêntesis al tiempo
y altar
de la profunda soledad del alma humana.
El blanco lecho vacío de las venas
era blanco como aquel blanco cauce
donde el rio no corre
Nos sentamos
y allí nos quedamos para siempre
en la mesa del silencio.
Allí
donde el tiempo más tiempo más tiempo
nunca es igual a tiempo
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